Durante años, Siria y Egipto se negaron a abandonar sus armas
químicas al enfrentar a un vecino amenazante, Israel, que desarrolla
armas muy sofisticadas, aparte de armas biológicas y nucleares. No
obstante, mientras Siria se ha unido a la Organización por la
Prohibición de Armas Químicas, vamos a considerar las actividades
israelíes.
Los inspectores de las Naciones Unidas que
controlan las armas químicas en Siria tendrán mucho que hacer si los
envían a monitorear las armas nucleares, biológicas y químicas (NBC) de
Israel.
Pero según las reglas del “derecho internacional”,
no lo pueden hacer. Israel no ha firmado el Tratado de No Proliferación
Nuclear, ni la Convención de Prohibición de Armas Biológicas, y ha
firmado, pero no ratificado, la Convención de Prohibición de Armas
Químicas.
Según Jane’s Defense Weekly, Israel –la
única potencia nuclear de Medio Oriente- tiene entre 100 y 300 ojivas
nucleares y sus vectores adecuados (misiles balísticos y crucero y
cazabombarderos). Según cálculos de SIPRI, Israel ha producido entre 690
y 950 kg de plutonio y sigue produciendo todo lo necesario para
producir entre 10 y 15 bombas del tipo de Nagasaki por año.
También
produce tritio, un gas radiactivo con el cual se hacen ojivas de
neutrones, que causan poca contaminación radiactiva pero mayor
mortalidad. Según diversos informes internacionales, también citados por
el periódico israelí Ha’aretz, se desarrollan armas biológicas y
químicas en el Instituto de Investigación Biológica, ubicado en
Ness-Ziona, cerca de Tel Aviv. Oficialmente, 160 científicos y 170
técnicos forman parte del personal, que durante cinco décadas ha
realizado investigación en biología, química, bioquímica, biotecnología,
farmacología, física y otras disciplinas científicas. El Instituto,
junto al centro nuclear Dimona, es “una de las instituciones más
secretas de Israel” bajo jurisdicción directa del Primer Ministro. El
mayor secreto rodea la investigación en armas biológicas, bacterias y
virus que se propagan entre el enemigo y pueden provocar epidemias.
Entre ellas, la bacteria de la plaga bubónica (la “muerte negra” de la
Edad Media) y el virus Ebola, contagioso y letal, para el cual no existe
tratamiento.
Con la biotecnología se pueden producir
nuevos tipos de patógenos que la población objetivo no puede resistir,
al no tener la vacuna específica. También existe fuerte evidencia de
investigación para desarrollar armas biológicas que pueden destruir el
sistema inmunológico humano. Oficialmente el Instituto israelí realiza
investigación en vacunas contra bacterias y virus como el ántrax,
financiada por el Pentágono, pero es obvio que pueden desarrollar nuevos
patógenos para uso bélico.
El mismo expediente se utiliza
en EE.UU. y en otros países para soslayar las convenciones que prohíben
armas biológicas y químicas. En Israel el secreto fue parcialmente roto
por la investigación relizada, con la ayuda de científicos, por el
periodista holandés Karel Knip. También se ha revelado que las
sustancias tóxicas desarrolladas por el Instituto han sido utilizadas
por el Mossad para asesinar a dirigentes palestinos. Evidencia médica
indica que en Gaza y el Líbano, fuerzas israelíes usaron armas de un
nuevo diseño: dejan el cuerpo intacto por afuera, pero al penetrar,
desvitalizan tejidos, carbonizan el hígado y los huesos y coagulan la
sangre. Esto es posible con nanotecnología, la tecnología que produce
estructuras microscópicas construyéndolas átomo por átomo.
Italia
también participa en el desarrollo de esas armas, vinculada a Israel
por un acuerdo de cooperación militar, y al ser su socio europeo número
uno en investigación y desarrollo. En la última Ley de Finanzas, Italia
suministró una asignación anual de 3 millones de euros para proyectos de
investigación conjunta italiana-israelí. Como indicó en su última
información Farnesina (Ministerio Italiano de Asuntos Exteriores)
“nuevos enfoques para combatir patógenos resistentes al tratamiento”.
De esta manera el Instituto de Investigación Biológica israelí podría producir patógenos aún más resistentes.
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